Thursday, July 14, 2011

El asco y el macrismo



El asco. Estado corporal definitorio de la política argentina. Los cuerpos de nuestras elites, por empezar, parecen tenerlo incorporado en su código genético. Los indios y gauchos le daban mucho asco a Sarmiento. A los terratenientes del centenario les daban asco esos inmigrantes anarcos y rotosos que venían de Europa. A las clases atemorizadas por el auge del peronismo les generaban asco esas masas que pusieron sus patas en las fuentes de Plaza de Mayo. A los militares les daban asco esos zurdos extranjerizantes ajenos al ser nacional. Y a los votantes medios del PRO les dan asco tantas cosas que a veces los marea ese vértigo de náuseas formado por villeros, gente de la calle, piqueteros, laburantes, bolivianos-paraguayos, el kirchnerismo y por supuesto “esa mina”.

El asco como fenómeno corporal es por definición reactivo, reaccionario: la sensación de náuseas que genera en un cuerpo el ser afectado negativamente por otros cuerpos. Uno no necesita hacer absolutamente nada para sentir asco. Es el otro con su acción y mera presencia el que genera asco en uno. En la historia argentina, este asco reactivo ha sido inseparable de la violencia. Las grandes masacres de la historia nacional han sido producto de un asco que el cuerpo burgués y pequeño burgués siente, primero, en las tripas y que luego piensa ideológica o políticamente (como “conquista del desierto” o “lucha contra la subversión”). Nada mejor para terminar con ese vacío que perturba las entrañas que liquidar los cuerpos que dan asco: los indios con sus malones, los gauchos con sus montoneras, los inmigrantes gringos con sus huelgas, las masas levantiscas con su manía de ocupar plazas y calles. En la antropología sabemos desde hace tiempo, gracias a Mary Douglas, que la suciedad no es más que materia fuera de lugar. La fuente de asco por ende suelen ser cuerpos que permanentemente se salen de lugar, espacial y políticamente y se vuelven contaminantes, peligrosos, insolentes, nauseabundos: negros, piqueteros, villeros, indios, estudiantes, laburantes, inmigrantes, sindicalistas, activistas...

El otro día, Fito Páez usó (entre muchas otras) la palabra “asco” para decir lo que sentía por los porteños que votaron al PRO seducidos por los globos de colores neoliberales que les promete el marketing de La Buenos Aires Blanca. Concepto desafortunado, que no debería tener lugar en el vocabulario de quienes ven a la política como campo de acción transformadora antes que como usina de miedos reactivos. Por ello le diría a Fito: "Entiendo (claro está) que lo contundente del voto por Macri te provoque una profunda desazón sobre la ciudad donde vivís, pero dejáles 'el asco' a ellos, los que votan por el PRO, que son los que dependen de esa náusea para definirse afectiva y políticamente como lo que son: pura reacción y negatividad, puro gesto anti-K sin densidad o positividad propia. El aluvión de votos del PRO debería generar muchas cosas (indignación, preocupación, tristeza, análisis, crítica, mucha auto-crítica) pero nunca 'asco', afecto corporal negativo que deshumaniza y que proviene de la genealogía política reaccionaria que vos cuestionás con razón, cuyo cuerpo colectivo agoniza en su eterno asco por el populismo plebeyo".



Por ello lo más destacable del artículo de Fito Páez no es lo que él dijo sino la reacción indignada por parte de quienes son los más apasionados apologistas del asco garca que alimenta a La Buenos Aires Blanca (Mempo Giardinelli analiza muy bien esta misma hipocresía). Quienes no hacen más que expresar cotidianamente que les da asco todo lo que huela a “populismo K” saltaron cual carmelitas descalzas a denunciar que Fito sintiera asco por ellos. ¡Qué atropello a la democracia! ¡Qué mejor muestra que detrás de Fito se esconde el fascismo-estalinismo y autoritarismo K! Tipejos como Rolando Hanglin, cuyas columnas en La Nación son una apología del sentido común más discriminatorio de la derecha porteña asqueada por el gobierno K, de pronto denuncian el “fascismo” de Fito y por ende de todo el kirchnerismo por usar esa palabra, "asco". ¡Esa palabra! Qué asco que les da Fito a los que fundan en el asco su identidad política. Este asco reciprocado hacia Fito hizo explosión en el (virtual) espacio natural del macrismo, los foros online de La Nación, donde el número de comentarios dejados sobre el tema fue el más alto en la historia del diario. Señal de que Fito metió el dedo en la llaga.


No hay nada de nuevo en esta hipocresía ciega de sí misma. Recordemos, por ejemplo, cuando en septiembre de 2010 Cristina Kirchner dijo que la clase media no debería sentir que “separándose de los morochos” le iba a ir mejor. "¡Racista!", le gritaron en coro los columnistas de La Nación, indignadísimos de que la presidenta usara ese término mesurado y eufemístico, “morochos.” En el sentido común de La Buenos Aires Blanca, cuna del macrismo, sólo se es "racista" cuando uno osa nombrar el racismo de quienes sueñan con una ciudad sin negros. Muchos de quienes pusieron el grito en el cielo, ofendidos porque Fito tuvo las bolas de nombrar el poder político del asco, en realidad se alimentan políticamente de sus propias náuseas. Ese asco colectivo carcome y define a la vieja corporalidad conservadora y temorosa hoy hecha carne en el macrismo: la gran esperanza de La Argentina Blanca que se siente cercada por el chavismo kirchnerista.