Sunday, October 31, 2010

El 27(17) de Octubre del Kirchnerismo



Así como el 17 de octubre de 1945 fue el día en que el peronismo se materializó como multitud, el 27 de octubre de 2010 fue el día en que el kirchnerismo se reconoció y se parió a sí mismo como movimiento de masas. Los dos momentos se hicieron política en el sentido más corporal del término en la Plaza de Mayo, ese lugar mítico donde ha coagulado la mayor parte de la historia política argentina. Y además de la (extraordinaria) coincidencia de la cercanía calendaria entre las dos fechas, que hace que por momentos ambas parecieran confundirse en un 27(17) de octubre, lo que define a ambos momentos es una dinámica política y espacial muy similar: la multitud que se lanza a ocupar el espacio público en defensa de un proyecto de gobierno al que ve amenazado: a rescatarlo de los enemigos que lo acechan y atacan desde múltiples frentes.

Desde ya que las diferencias entre ambos días de octubre son muchas, empezando por las tremendas diferencias de épocas históricas, y no es el momento de repasarlas en detalle acá (una clara diferencia, por mencionar una, es que mientras que ese día el Coronel Perón estaba preso Cristina Kirchner es la presidente en ejercicio desde hace tres años). Y desde ya que es muy temprano para realmente "predecir" a dónde llevará todo esto (nada es predecible en política).

Pero lo que me interesa resaltar son las similitudes, para después comentar algunas cosas muy específicas de estos días. Al igual que el 17 de octubre, lo que motivó la irrupción de la multitud en las calles el miércoles 27 de octubre fue el temor colectivo de que un proyecto de gobierno imperfecto pero más sensible a los intereses de los postergados y a la expansión de derechos políticos pudiera colapsar. Era el temor de que la desaparición física de Néstor Kirchner pudiera significar también el fin del proyecto que él inició y encabezó, y el regreso de una restauración conservadora.

Lo han notado ya muchos: la gente en la calle no sólo lloraba la muerte de Kirchner y celebraba su figura sino que con la misma efervescencia apoyaba al gobierno de Cristina y criticaba a la oposición. El "fuerza Cristina" fue el clamor más generalizado. Como lo señala ayer Mario Wainfeld en Página/12, “Fuerza Cristina” no es un pésame. "Es un reclamo y una promesa: hay que seguir y acá estamos".

El "acá estamos" en plazas y calles fue un mensaje dirigido tanto al gobierno y a Cristina como a todas las pantallas de TV, a las radios, y a los diarios. El mensaje hacia los medios y hacia el resto del país era claro, y guiaba muchos de los cánticos: "Cuidado gorilas, si la tocan a Cristina que quilombo se va armar". Otro cántico, que mi amigo y colega Axel Lazzari notó mucho en la plaza, era: "No venimos por el chori, no venimos por el plan, estamos con el proyecto nacional y popular".

Por ello, la multitud tomó las calles como un acto de auto-defensa. Igual que en 1945. Fue un impulso reflejo que desbordó cualquier aparato o red clientelar y que por eso también irrumpió como una fuerza imparable en la mirada de los medios, que no sabían muy bien qué hacer con ella y no sabían muy bien cómo explicarla.

Y esto me lleva a una diferencia importante con el 17 de octubre, producto de que vivimos en un mundo muy distinto y en otro siglo: la multitud de los días pasados fue una rebelión popular contra la hegemonía de los medios privados. La gran paradoja fue que el poder de esta multitud fue potenciado por la cobertura de los medios como La Nación, Clarín o TN, que esta vez no tenían otra opción que cubrir lo que estaba pasando, a riesgo de hacer terriblemente transparente su odio al gobierno (como sí lo hicieron transparente los medios privados venezolanos durante el golpe contra Chávez en 2002, cuando ningún canal privado de TV mostraba en sus pantallas que había millones de personas en las calles de toda Venezuela marchando contra el golpe y reclamando la liberación de Chávez).

Esta fue una rebelión contra los medios y contra el hecho de que, sobre todo desde el conflicto con "el campo" en 2008, los medios y aquellos que repetían su bajada de línea nos habían obligado a muchos de nosotros a mantener la cabeza gacha, a hablar en voz baja sobre el hecho de que, por ejemplo, alguna que otra medida del gobierno nos gustaba, a lo que había que agregar que uno decía eso "sin ser kirchnerista". No fuera que alguien nos fuera a acusar del peor de los pecados: el ser "kirchnerista". Y todo este clima hegemónico era creado por una verdadera aplanadora mediática que dominaba la narrativa y que, a pesar de ello, no dejaba de victimizarse todo el tiempo a sí misma como "atacada" por un gobierno "dictatorial". Y esa era la misma aplanadora que distinguía entre "la gente" y la chusma K esclavizada por "planes", "choripanes" o "un par de zapatillas".

En su columna del sábado en Página12 Luis Bruschtein capturó cómo esta aplanadora mediática invisibilizó, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires, cualquier expresión de tibio apoyo a algunas medidas del gobierno. En sus palabras:

En la Capital nadie podía decir que era kirchnerista o que este Gobierno no era tan nefasto. Hasta el encargado del garaje se mimetizaba con los patrones y discutía como si fuera dueño de varias hectáreas en la Pampa Húmeda. Parecía que el que no odiaba o no despreciaba al Gobierno y a sus seguidores y simpatizantes también se merecía la misma miradita despectiva. “Son peores que la dictadura”, decían algunos y parecía lo más normal del mundo. En el gimnasio, kirchnerismo era mala palabra; en el country, pecado mortal, y en la reunión de consorcio mejor ni hablar.

Y como lo dijo Luis: "Esas personas salieron de las baldosas, cambiaron el escenario". Y cambiaron el escenario porque esas personas dispersas y atomizadas (que estaban abajo de las baldosas, invisibles) se fusionaron en la calle para formar una multitud absolutamente visible y que, al igual que en el 17 de octubre de 1945, los proyectó como actor político. Este rechazo hacia los medios, personificados en Clarín, hizo que la bronca fuera palpable. No era para menos. Millones de personas en todo el país que en los últimos años habían abrazado cambios como el fin de las AFJP, la posibilidad de una acceso más amplio y democrático a medios audio visuales, o el matrimonio igualitario eran regularmente denigradas o estereotipadas como "chavistas", "zurdos", "dictatoriales", "autoritarios". Por eso el dolor por la muerte de Kirchner hizo potenciar el rechazo colectivo a esa bajada de línea que surge como un chorro sin fin por el aparato mediático.

Los medios han tomado nota, indignados, de esa bronca hacia ellos. Joaquín Morales Solá, en su columna del domingo en La Nación se queja del nivel de "intolerancia verbal" con que la gente en la calle insultó a los medios y a políticos de la oposición en sus cánticos. E indignado, se queja una vez más de la barbarie y la "violencia" (??) que alimenta el kirchnerismo ("violencia" o "intolerancia verbal" que Morales Solá nunca pareció notar en el odio clasista-racista que destilaban las manifestaciones y cortes por a favor de los "campesinos", cómo él denomina a los empresarios agropecuarios). O sea, la barbarie (zoológica) asociada a la multitud que rescató a Perón resurge una vez más, y reciclada para presentar a esta nueva multitud como agresiva, peligrosa. Parte de la lucha política por venir incluirá una lucha discursiva por interpretar y dar sentido a la presencia de la multitud de los últimos días.

Pero más allá de cómo siga esto, la multitud del 27 de octubre le propinó una derrota de los medios. Temporaria y parcial, sin duda, pero derrota al fin. Fue un momento en el que su mensaje monocromático se resquebrajó, desbordado, y en el que las corporaciones mediáticas perdieron el control de la narrativa. La confusión que se ve hoy en las páginas de La Nación o Clarín es palpable, y producto del sacudón que les dio la multitud en la calle llorando Kirchner y apoyando a Cristina. Los medios ya están lanzando su contraofensiva, pero desde un lugar de menor control sobre la producción del mensaje.

Para cerrar. Así como a partir de 1945 fue claro que Perón no estaba solo, el principal mensaje del 27 de octubre de 2010 es que a partir de ahora Cristina Kirchner no está sola. Hay una multitud movilizada detrás, que en cuestión de horas demostró la capacidad de tomar los principales lugares públicos del país cuando sintió que el gobierno corría peligro en un momento de posible debilidad. Esa energía obviamente no surgió de la nada, pero fue sólo con la formación de una multitud que ocupó el espacio público que ese apoyo popular se transformó en un vector político a respetar.

En la historia reciente argentina, hubo sólo un momento comparable de irrupción de la multitud en el espacio público para defender un gobierno democrático: durante el alzamiento carapintada de Semana Santa de 1987, cuando la movilización de masas en las calles fue notable. Pero mientras que a partir de allí Alfonsín prefirió ceder espacios ("felices pascuas", "héroes de Malvinas", "economía de guerra") antes que canalizar la energía de aquella multitud, todo parece indicar que el actual gobierno "profundizará el modelo" apoyado además en buena medida en las nuevas formas de militancia que se están generando. Pues como dijera en mi primera nota en el blog, además ahora el kirchnerismo tiene un mártir y el poder convocante de un fantasma. No es poca cosa, en un país y en un continente donde la invocación política de mártires-fantasmas puede crear torbellinos.

El 28 de octubre escribí que el día anterior marcó el nacimiento del kirchnerismo, y cuanto más pasan los días veo que más y más gente comparte la apreciación. Y esto saca a la luz lo que es el principal paralelo con el 17 de octubre de 1945 como día de nacimiento del peronismo. Ambos son días en que nació algo colectivo, parido en las calles.

Veremos cómo sigue todo, y esto recién empieza. Pero creo que más allá de que el 27 recoge mucho de la genealogía y del folklore del peronismo en la calle, algo nuevo se está moviendo en el subsuelo argentino. En estos últimos días estuvo circulando bastante por internet una nota de Pablo Marchetti llamada "Nosotros", y que zambulle al lector en la efervescencia que se vivió en las calles de Buenos Aires en estos últimos días, donde miles y miles de cuerpos se encontraron y crearon un nuevo "nosotros". Es el "nosotros" al que no interpelan Clarín, La Nación o Lilita Carrió. Es un nosotros que los medios no reconocen como "la gente".

Para este nuevo nosotros que se está gestando, tal vez no sea muy descabellado por ende ver el 27 de octubre como nuestro 17 de octubre. Sé que muchos verán a esta comparación como una exageración producto de la calentura del momento, sobre todo debido al aura mítica del "día de la lealtad" en la memoria política argentina. Pero creo que la comparación incomoda porque, si llegara a ser verdad, podría anticipar días turbulentos.

Saturday, October 30, 2010

La multitud sólo se crea en las calles


Lo de estos últimos días en la Argentina es el resurgimiento del poder de una multitud que se encuentra y materializa en los espacios públicos, y que rompe con el hechizo adormecedor de los relatos producidos por grandes conglomerados económicos que consumimos a través de televisores, radios y computadoras: pequeños espacios domésticos que nos conectan pero a menudo también nos fragmentan y hacen del espacio público sólo un canal de tránsito para ir al laburo o a la facultad.

Miles y miles de personas en todo el país cuentan una y otra vez la misma experiencia: el estar en la calle junto con tantos otros cuerpos dolidos para rendir homenaje a Kirchner y apoyar a Cristina produjo un descubrimiento, una especie de iluminación: no éramos tan pocos como nos decían; somos muchos más de lo que nosotros mismos pensábamos; y estamos acá porque nos damos cuenta de que en realidad por primera vez en la vida tenemos un gobierno con el que, a pesar de mil errores y torpezas, nos identificamos; por más que sea una identificación creada por el espanto de lo que sería la alternativa.

Este blog es sobre espacio y política, y lo de estos días confirma que el espacio es el terreno más fundamental del la política, porque la política y el poder son en última instancia las fuerzas que determinan la ubicación y el movimiento de cuerpos en el espacio. Desde cómo se paran o sientan los laburantes en una fábrica hasta el derecho de gente indígena de ocupar la tierra de sus antepasados, todo pasa por cómo se regula políticamente el derecho o la obligación de que ciertos cuerpos puedan estar, o no, en ciertos lugares. Y lo que crea la multitud en las calles es justamente es capacidad de afectarnos mutuamente, como diría Spinoza, a través de nuestros cuerpos que se ven, se oyen, se tocan y se afectan e influyen en un torbellino creador (ya que estamos, este es un tema sobre el que estoy laburando en el libro, por ahora en estado germinal, Space and Politics).

La multitud, que Hardt y Negri suelen tratar como un fenómeno etéreo, sólo existe y sólo se crea en el espacio público, en la calle y en la plaza, y en muchos casos requiere una voluntad de lanzar nuestros cuerpos a esos espacios rompiendo el hechizo mediático de que tal multitud no puede existir, y que "la calle" como espacio de la política es parte del pasado, una nostalgia setentista pasada de moda dejada de lado por facebook, youtube y clarin.com.

Es fascinante ver la respuesta de los medios de la derecha a la conmoción creada por la desaparición física de su enemigo mortal, siempre pintado como "el monje negro" del poder desde una postura machista difícil de disimular (en una pareja, se asume que es el hombre el que lleva las riendas). Por un lado, están los que especulan que sin el líder macho Cristina debe asumirse como mujer sumisa y "cambiar el rumbo". Fue lo primero que escribieron los columnistas de La Nación y Clarín el miércoles a la tarde, y creo que a esta altura ya se están dando cuenta que nada de eso pasará, y que lo suyo fue una expresión de deseos.

Pero para mí lo más interesante en cuanto al espacio y la política es que, en su gran mayoría, los columnistas de Clarín y La Nación y políticos como Macri y De Narváez especulan sobre el futuro viendo cómo actuará tal o cual gobernador, qué hará Scioli, qué harán los intendentes, qué hará Solá... Lo hacen porque para ellos la política es una trama superestructural, donde las masas en la calle y en los espacios públicos no son más que ruido molesto, al que temen pero no terminan de comprender y que por ende no pueden sino ver con estereotipos gastados.

Juan José Sebrelli, hace rato usado como pensador-trofeo por La Nación (cómo ex-izquierdista que se ha hecho "serio"), escribe hoy que en realidad la pasión que se vio por las calles es sólo la fascinación primitiva por la muerte del caudillo, un reflejo de gente-ganado que en el fondo no es libre (al contrario, por supuesto, de los lectores serios de La Nación). Sólo Jorge Fernández Díaz también en La Nación propone una lectura más acorde con la pasión de la multitud en las calles, y descubre, sorprendido, que hay que admitir que el kirchnerismo es... (wow!) "un fenómeno de masas".

"Un fenómeno de masas". Creo que pocos hubieran hecho tal caracterización antes del 27. Como escribí en el blog de ayer, sí creo (como muchos) que el 27 de octubre marca el surgimiento del kirchnerismo como un fenómeno de masas y por ende como algo cualitativamente distinto, si bien sus rizomas vienen expandiéndose y creciendo horizontalmente desde hace unos años. Pero lo que quiero resaltar acá es que este poder que muchos recién ahora están descubriendo es un poder que sólo se puede crear y manifestar en el espacio público, y sobre todo en la conjunción de cuerpos antes dispersos en un mismo espacio, y afectados por una misma sintonía y en este caso un mismo dolor. Que no es tanto, o no sólo, el dolor por el que murió sino también el reconocimiento de que los intereses que desde siempre conspiran contra "el gobierno K" conspiran también contra derechos colectivos ganados en estos años, e impensables años atrás. Y esta fue una expansión de derechos contra la que que los medios y la derecha opusieron una feroz resistencia.

La web, los blogs, la TV, siguen siendo conductos centrales en cómo nos entrelazamos en nuestros cuerpos dispersos. Pero a veces la fascinación con la virtualidad de la internet nos hace olvidar que el poder más poderoso de todos, ese que cambia la historia (desde la revolución francesa hasta el 20 de diciembre de 2001), sólo se forja con cuerpos lanzados colectivamente en el espacio público: en la calle como terreno fundamental de la política. Los que creen que por estar en el siglo XXI el rol del espacio en la política está en camino de desaparecer, se equivocan. Y veces nos olvidamos que la calle está siempre allí, y que a veces lo más difícil de lograr es entrelazar voluntades para salir a reclamarla.

Friday, October 29, 2010

El día en que nació el Kirchnerismo



Creo que muchos lo notamos casi al mismo tiempo, pero al principio ninguno de nosotros sabía bien qué era lo que estaba pasando. No es casual que el diario La Nación cerrara prontamente el acceso a sus foros de lectores, donde se suelen crear los debates políticos más encendidos de la web argentina. Primero pensé que era un gesto de buen gusto de los directores del diario, que quieren evitar expresiones desubicadas hacia la figura de un ex-presidente por parte de los anti-kirchneristas iracundos felices con la muerte del “dictador”. Pero después me dí cuenta que, aunque hubiera algo de eso, lo que se quería silenciar era sobre todo otra voz: la voz pasional de un pueblo que se acababa de reconocer, sorpresiva y dolorosamente como en un parto súbito y deslumbrante, como kirchnerista.

El kirchnerismo, claro está, ha existido en múltiples expresiones y manifestaciones colectivas e institucionales por varios años. Pero el kirchnerismo que emergió el 27 de octubre parece ser algo nuevo, no sólo más masivo y espontáneo sino además forjado con menos ambigüedades y asumido como parte de un proceso de cambio positivo que existe a pesar de muchos “peros”: a pesar del INDEK, de las viejas mañas peronistas, de los bagajes de los cuales Néstor Kirchner nunca se terminó de despegar, de los lazos con las empresas mineras canadienses, del fomento y tolerancia de la devastación sojera en el NOA... Y a pesar, sobre todo, de lo que los medios machacan sobre nuestras cabezas todos los días, sin respiro, y en coro con los conglomerados de medios privados en toda América Latina: la supuesta amenaza que los gobiernos populares y progresistas de la región representan para “la democracia”. La misma democracia que estos mismos medios fueron los primeros en arrastrar por el barro de dictaduras sangrientas, y de cuya degradación soy hoy partícipes y/o cómplices en Honduras así como lo fueron en los intentos golpistas de Venezuela y Ecuador.

Pero esa voz de la multitud a la que cerraron sus puertas virtuales La Nación y (con la excepción de unas pocas horas) Clarín, era una realidad innegable en las calles, en los mares de cuerpos dolidos invadiendo espacios públicos y también en innumerables sitios a lo largo y ancho de la web, a donde se volcaron rápidamente centenares de miles de ciudadanos desde sus computadoras esparcidas en la Argentina y en el resto del mundo, dándole al teclado para compartir ideas, dolor, confusión y sobre todo para darse un abrazo virtual con esa multitud anónima con la que se comparte el pavor a lo que vendría si el kirchnerismo efectivamente se replegara y si personajes como Macri, Duhalde o Cobos fueran presidentes: el horror a la vuelta al sentido común de una derecha rencorosa y prejuiciosa, afecta a celebrar las jerarquías de clase y la represión y que aún no sabe despegarse (porque sigue siendo su proyecto) de su participación en la devastación social de los 90.

Es por ello que tanto La Nación como Clarín se vieron desbordados, rodeados por todos lados de una marea humana que no podía sino irrumpir en los titulares y notas de sus sitios web y en sus páginas impresas como un torrente que no podían no cubrir sin perder su apariencia de objetividad, porque el que se acababa de morir era después de todo no sólo su enemigo a muerte sino un ex-presidente de la nación. Sitios como Facebook eran un hervidero, y gente de la que yo no sabía mucho de pronto surgía casi de la nada como “kirchnerista”, defensores de un modelo más redistributivo de la riqueza, más igualitario e inclusivo y basado en la defensa de los derechos humanos. Me metí varias veces en el más oficialista y rudimentario sitio del Diario Registrado y los foros también eran un torbellino de comentarios dándole fuerza a Cristina.

Fue significativo que en un momento del jueves 28 Clarín pareció haberse visto obligado a abrir una sección de comentarios para sus lectores. Fue sólo una columna y que estuvo abierta sólo por unas horas, que en poco tiempo se colmó de cientos de mensajes expresando dolor por la muerte de Kirchner y deseándole “fuerza” a Cristina para “defender al pueblo” frente a los poderosos. Me impresionó que siendo el sitio de Clarín hubiera muy pocos comentarios de lectores críticos al gobierno. Pero los lectores contreras estaban allí, leyendo y votando en negativo todo comentario que oliera a “K”, aun aquellos que sólo expresaban un respetuoso pésame. ¿Tal vez era que muchos de ellos no se atrevían a escribir, intimidados por lo delicado del tema y por la catarata de comentarios de aquello que se suponía no podía ser tan masivo? ¿No era que quienes se manifiestan a favor de “los K” son comprados con un choripán y arreados como ovejas, sin entender nada y sin convicción?

Algo muy similar pasó con los festejos del Bicentenario, cuando los medios no pudieron sino reflejar una efervescencia y alegría popular que se suponía no existían en las calles, donde según se nos había informado reinada el malhumor. Dicho malhumor fue sin duda poderoso y se hizo del control de rutas y espacios públicos durante buena parte de 2008 al grito, increíblemente transparente en su ideología de clase, de “todos somos el campo”. Pero luego de cantar victoria anticipadamente en las elecciones de 2009, dicha energía se disipó en el contexto creado por líderes de oposición soberbios y torpes que cometieron el error garrafal de subestimar a un adversario debilitado pero políticamente mucho más astuto. Desde entonces, la calle se ha hecho nuevamente kirchnerista, en un proceso impulsado por los festejos del Bicentenario pero también, entre otros procesos, por actos multitudinarios como los de Ferro, el Luna Park o River y en expresiones más independientes, pero igualmente masivas y progresistas, como la lucha de los estudiantes secundarios porteños.

Pero lo del 27 de octubre de 2010, una fecha que por esas curiosas vueltas de la historia rima además con la fecha fundacional del mayor movimiento de masas de la Argentina del siglo XX, fue cualitativamente distinto a todo lo anterior. No era un festejo popular como en el Bicentenario sino un desgarramiento colectivo que días antes había sido precedido por otra muerte impactante, la de Mariano Ferreyra, que había paralizado el país por su evocación de otras muertes políticas, cercanas y lejanas pero todas ellas ocurridas antes de la asunción de Néstor Kirchner. ¿Quién podía anticipar que otra muerte aún más impactante le seguiría pocos días después? Fue como si el dolor y la consternación por el asesinato de Mariano crearan una energía latente que no pudo más que potenciarse con la muerte del líder más fuerte y polémico de la Argentina, quien fue justamente quien “cambió de paradigma” (al decir de Mario Wainfeld) a múltiples niveles pero sobre todo, de manera muy fundamental, en cuanto a cómo ver a la dictadura y los derechos humanos desde las esferas del estado. Algo impensable antes de 2003, más allá del esfuerzo genuino pero más débil hecho antes y en otro contexto por Raúl Alfonsín (que por ello mismo también se ganó el odio visceral, no lo olvidemos, de la misma derecha que hoy lo celebra y despolitiza).

La muerte de Néstor Kirchner marca su surgimiento como ausencia y como fantasma, circulando ahora como un torbellino por todos los espacios del país y el mundo sin un anclaje corporal. Dicho nacimiento de Néstor Kirchner como fuerza fantasmal en el mismo momento de su fin como cuerpo finito ha creado algo nuevo que implica no sólo la continuidad sino un cambio cualitativo en su proyecto, tal vez con un calado más hondo en los rizomas de la sociedad, antes más dubitativos a asumirse como parte de un proyecto colectivo. Lucas Carrasco en el Diario Registrado escribió al poco tiempo de saberse la noticia que “hay Néstor para rato” y no estaba equivocado. Tampoco se equivocó Carla cuando escribió en el foro de Clarín a las 15.54 del jueves 28, antes que fuera cerrado: “¿Será verdad que murió?” Ambos de distinta forma, al igual que muchos otros, estaban expresando algo que los pueblos latinoamericanos conocen bien: el poder de los muertos, que no es otra cosa que el poder de sus fantasmas. Sandino, Farabundo Martí, Evita, El Che y tantos otros inspiraron desde su presencia ausente efervescencias políticas arrolladoras, que todavía viven con nosotros.

Néstor Kirchner es ciertamente muy distinto a estos otros fantasmas, y no es posible predecir qué rumbo seguirá la evocación política de su ausencia. Pero pareciera que éste es un fantasma creador de subjetividades forjadas en la pasión y en un momento de iluminación marcadas por el desconcierto. En el foro de Clarín que fue prontamente levantado, justamente por la irrupción intolerable de dicha fuerza, Eduardo escribió lo siguiente (al lado del comentario de Carla citado arriba): “Siempre acompañé con el voto a los ‘K’. Según los medios y los tilingos de microcentro (donde trabajo) me imaginaba solo o en una minoría. Ahora veo la mayor movilización popular de los últimos tiempos”. Cientos de miles, tal vez millones sintieron lo mismo: el reconocimiento con pares que uno no sabía que estaban allí. Eduardo Aliberti notó algo parecido en su columna de Página/12 certeramente titulada Los muertos que vos matáis. Él percibió que la enorme cantidad de gente que llamaba a su programa de radio compartía una misma actitud: ellos primero aclaraban que en realidad “no eran kirchneristas”, que tenían muchas críticas al gobierno, “pero…” “pero…”. “Ese pero,” escribió Aliberti. “Ay, ese pero. Cuánto que hay en ese pero de ‘me parece que me dí cuenta ahora, con la muerte, de que no hay nada real mejor que esto, por más que no me guste’”. Es cierto, cuánto hay para analizar en esta última frase: la persona “anti-K” que de pronto se descubre que no lo es tanto, que se detiene a dudar, a repensarse, obligada por ese vacío que crea la muerte del cuerpo antes criticado.

Algo muy similar surgió en la enorme cantidad de gente que afirmaba en internet, frente a las cámaras de TV o en los miles de notas escritas a mano y dejadas junto a la Casa Rosada: “Fue el mejor presidente que hemos tenido”. En la tristeza y solidaridad creada por la muerte de Raúl Alfonsín, muy pocos dijeron algo así sobre su presidencia, mucho más golpeada y más transicional. Que tantos afirmaran algo así abiertamente, oponiéndose al argumento mediático de que el país marcha hacia el abismo, es algo inédito en las últimas décadas, donde un pueblo cínico parecía estar resignado a votar y luego a despreciar en masa a sus presidentes.

Por ende intuyo, por más que sea prematuro aventurar semejante conjetura, que estos días están marcando lo que la historia verá como el origen mítico del kirchnerismo: el momento en éste coaguló en las calles y en las redes virtuales como un colectivo más sólido y firme en sus lealtades, sacudido al descubrir sus simpatías profundas así como el alineamiento de los adversarios a enfrentar. Lo dijo un muchacho entrevistado por La Nación, evocando el fantasma que al despegarse de un cuerpo débil y mortal crea algo colectivamente nuevo: "Ahora soy kirchnerista. Desde la muerte de este tipo, soy kirchnerista".

Los sectores de la derecha están claramente desorientados y expectantes ante esta ebullición popular. Joaquín Morales Solá, el vocero más cerebral del periodismo opositor, acaba de expresar en La Nación el temor de estos sectores a esta multitud que está descubriéndose a sí misma. Es el miedo de que a partir de ahora, Cristina Kirchner quiera hacer no una reforma “sino una revolución”. Una palabra así, lanzada para crear temor en los lectores de clase media y alta y también lanzada como advertencia, nos señala las contradicciones y desafíos por venir. Pero el uso repentino de esta palabra sagrada y maldita también marca las resistencias que genera lo que ha sido hasta ahora, y contra lo que digan los predecibles voceros del estatus quo, un proceso de cambio pacífico, democrático y que se ha propuesto —con muchos errores, de a poco y a los tumbos— reparar viejas injusticias en un proceso de alianzas inéditas con la América Latina profunda y postergada.

El mensaje que en estos días está surgiendo de las calles y de la virtualidad que nos conecta es que, montada en el poder de su nuevo fantasma, esta entidad amorfa y desconcertante que ahora llamamos kirchnerismo recién empieza.