Saturday, December 11, 2010

La violencia xenófaba en espacios contaminados de extranjeros



La violencia suele ser un acto de disputa territorial, que busca sacar a ciertos cuerpos de determinados espacios. La violencia en Villa Soldati es un claro ejemplo de esta dinámica corporal y espacial, así como lo han sido los recientes asesinatos políticos en la Argentina: Mariano Ferreyra fue asesinado por tratar de cortar vías del ferrocarril marcadas como espacio propio por la patota que lo atacó; y en Formosa, la policía mató a Roberto López con el fin de sacar los cuerpos de indios molestos de un ruta bloqueada.

Pero cuando se trata de una violencia xenófoba-nacionalista, esta dimensión territorial suele agudizarse y adquirir una mística purificadora, pues lo que se busca extirpar violentamente son cuerpos extranjeros percibidos como contaminantes del territorio nacional. No es casual que el fascismo sea afecto a metáforas que enfatizan la limpieza étnica-racial del espacio nacional en sus diatribas paranoicas contra el desorden, suciedad y contaminación traídos por los extranjeros desde lugares temidos.

Todos estos elementos han convergido sobre Villa Soldati como un torbellino de pesadilla: policías y matones armados atacando y matando a ocupantes del descampado del Parque Indoamericano al grito de “¡bolivianos de mierda!” y “¡viva Macri!”. Y desaforados vecinos de la zona agitando banderas argentinas y gritando “¡hay que matarlos a todos!” y “¡vamos Argentina!”



Con un resultado de cuatro personas asesinadas y una enorme cantidad de heridos, esta violencia ha sacado a la luz lo peor de la derecha argentina, que en su expresión mediática e institucional no ha hecho más que incrementar el odio xenofóbico y el espiral de destrucción. La historia del fascismo nos enseña que gente común y corriente no sale simplemente a celebrar al exterminio porque sí o gratuitamente. Lo hace luego de una largo trabajo de bajada de línea mediático-institucional que los predispone a ver al extranjero como un enemigo amenazante. Genocidios como los creados por los nazis en Europa o los extremistas hutu en Rwanda no tuvieron nada de espontáneo, sino que requirieron de años de adoctrinamiento.

Es por ello que las declaraciones xenófobas de Maurizio Macri son particularmente graves, porque antes que condenar el asesinato de personas desarmadas por parte de la policía arremetió contra “los inmigrantes” que se habrían apropiado de un pequeño espacio de la ciudad de Buenos Aires. “Un campamento donde el precio de la tierra se discute en guaraní”, tituló el diario La Nación uno de sus artículos, aportando lo suyo a esta demonización espacial-corporal, que marca a ese lugar como invadido y controlado por una masa informe de cuerpos extraños. Y es indudable que ello contribuyó al incremento de la violencia y a la formación de bandas de forajidos armados que salieron a cazar “bolivianos”, y que ejecutaron a un joven de un tiro en la cabeza tras bajarlo de una ambulancia.

Esta violencia ha sido tan brutal porque además este espacio estigmatizado como boliviano-paraguayo está dentro de un espacio más amplio y muy particular: la ciudad de Buenos Aires. Villa Soldati se transformó en una especie de tumor cancerígeno que amenaza el espacio más blanco de la Argentina blanca y gobernado además por la gran esperanza blanca, Maurizio Macri. El que el espacio en disputa se llame además Parque Indoamericano agrega una dimensión surrealista que pareciera acentuarlo como objeto de violencia xenófoba, como espacio salvaje dominado por esa indianidad que acosa a la Argentina desde fuera de sus fronteras.



Los voceros de la derecha (ver las columnas en tono histérico de Joaquín Morales Solá en La Nación) han acentuado esta imagen de que de repente se formó un espacio de barbarie dentro del territorio nacional y que el Estado no controlaba. Como si lo desolado de dicho lugar no fuera producto de la política neoliberal macrista y como si las policías federal y metropolitana no hubieran descargado un abrumador poder de fuego sobre dicho espacio supuestamente fuera de su alcance.

El intento de purificar el espacio nacional por medio de la violencia sobre cuerpos vistos como extranjeros y contaminantes ha definido buena parte de la historia del fascismo. El Estado nazi buscó hacer de Europa un espacio liberado de cuerpos judíos y gitanos. La extrema derecha hinduista llevó a cabo numerosas masacres de musulmanes en su afán de convertir a la India en un territorio homogeneizado por una sola religión. El Partido Poder Hutu en Rwanda buscó eliminar a los tutsis, vistos como extranjeros venidos de Etiopía, del tejido espacial de la nación. Y recientemente Sarkozy ha sacado por la fuerza, con mejores modales que los nazis pero siguiendo su ejemplo, a cuerpos gitanos del territorio francés.



La Argentina tiene su propia genealogía de violencias presentadas como civilizadoras y purificadoras del espacio nacional, desde las masacres de indígenas, gauchos e inmigrantes alzados hasta el exterminio de “subversivos” y “elementos ajenos al ser nacional” que había que eliminar para hacer florecer a la nación. La derecha que representa Mauricio Macri es la heredera natural de dicha genealogía, como él mismo se ha encargado de hacernos recordar en estos días de violencias civilizadoras sobre cientos de familias que osaron ocupar un terreno abandonado en las márgenes empobrecidas de la ciudad de Buenos Aires.

1 comment:

  1. muy bueno el post gaston. a mi me deja pensando con preocupacion la metamorfosis de la clase media del "piquete y cacerola la lucha es una sola" a votarlo a macri como "joven empresario buen administrador que va a evitar cosas como cromañon" y ahora que sale apoyar la "limipieza de la ciudad de sus habitantes no deseados". siempre me repito la gente no es tonta pero me cuesta entender si la multitud que despidio a kirchner se puede metamorfosear en votantes de macri tan facilmente. son dos, son una o son muchas las multitudes porteñas?

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